martes, marzo 21, 2017

SIMÓN DE CIRENE (5)

7. Muchas cruces sin cireneos
Cristo sufre y pasa hambre en gran parte de la humanidad, padece en los hospi-tales atiborrados de enfermos; vive la soledad de muchos marginados por las injus-ticias de un mundo insolidario; tiene frío en los miles que, en lo más crudo del invierno, duermen en la calle sin techo ni abrigo ni calor; está en el preso justa o in-justamente condenado, en el padre de familia sin trabajo y que nada puede llevar a la casa para poder comer y vestir a sus hijos y educarlos como es de ley.

Él, que no tenía dónde reclinar la cabeza, se hace presente en los desheredados de la tierra. Perseguido por Herodes apenas nacido, muere en miles de niños que cada día desfallecen de hambre. Herido y maltratado, soporta el sufrimiento de los torturados y masacrados. Sus varios momentos de llanto en el evangelio (en la muerte de Lázaro, ante la futura caída de Jerusalén…) se multiplican en los gemidos de los que lloran sin consuelo y sin esperanza. Emigrante y exiliado en tierra extranjera, sigue emigrando y exiliándose en los miles de seres humanos que, empujados por la miseria, buscan una tierra donde no mueran de hambre. Y en mu-chos de ellos que mueren en la travesía del desierto o del mar. 

Para saber que todo esto es así, basta recordar lo que nos dice en el capítulo 25 del evangelio de Mateo: Tuve hambre…, y sed…, fui emigrante o forastero…, estuve desnudo…, enfermo…, y preso…; os aseguro que todo lo que hicisteis con estos mis herma-nos más pequeños, conmigo lo hicisteis.  Es crucificado donde el ser humano sufre o muere. No cabe mayor solidaridad. Hasta ese extremo lo lleva el amor sin límites.

Y no hay cireneos para tanto Cristo sufriente, para tanta cruz insoportable, para tanto calvario. No hay cireneos para ayudar a Cristo en muchos aplastados por las injusticias de los menos. Quizás “van de paso” para celebrar su pascua personal, para buscarse sólo a sí mismos, para salvar su vida al margen o prescindiendo de los otros, marginando a los demás. No se encuentran a sí mismos, sólo el vacío, se pierden. 

Nada me invento yo, son palabras de mismo Jesús: Quien se empeñe en salvar su vida la perderá; quien pierda su vida por mí la salvará (Lc 9, 24). Y “perderla” por los hermanos, es “perderla” por Jesús.

Dirás que nada puedes hacer para aliviar tanto mal, tanta tragedia y tanta muerte. Puede ser verdad. Pero no podrás negar que hay cruces muy cerca de ti, individualizadas, personas concretas, y que tú conoces. Abre los ojos de tu conciencia adormecida y verás mejor. Afina el oído de tu corazón quizás endurecido y oirás mejor. Camina con amor hacia el hermano y encontrarás sin duda una cruz que aliviar.

Cruces en el camino de tu vida: Un vecino en paro y la familia pasando hambre; un enfermo desahuciado olvidado de todos; una mujer maltratada por la fuerza bruta de su hombre; un emigrante, no importa su color, procedencia, cultura o re-ligión, sin “papeles” ni trabajo; unos niños huérfanos y con futuro incierto; un pobre “vergonzante”, que los hay, al límite de sus escasas posibilidades; un anciano que, porque estorba en la casa, buscan para él un lugar donde recluirlo; un despe-dido injustamente de su trabajo…

La lista sería larga. Tan larga como la cruz de Cristo que llega hasta ellos. En ellos está clavado Cristo. En ellos sufre y muere, esperando una resurrección, una liberación, una salida digna. Esperando siempre un cireneo que se vea “forzado” por su amor a ayudar a llevar la cruz de quien la carga. 

No vale estar cerca y mirar, por mera curiosidad, al que pasa. Ni basta el lamento por lo que ocurre. Ni sólo clamar justicia, ni la crítica fácil que nada consigue. Es necesario “pasar” con él, vivir la pascua de Jesús, que es “paso” de la muerte a la vida; es decir, es preciso entrar en la dinámica del evangelio y con la fuerza del amor ponerse en la piel del otro, hacer tuyos sus problemas y carencias, arrimar tu hombro a su cruz y caminar juntos en busca de una vida más digna.

Sólo así, ti te pierdes en él por la causa de Jesús, te encontrarás a ti mismo y salvarás tu vida. Recuerda que esto lo dijo Jesús. Lo dijo y lo hizo: no se buscó a sí mismo, entregó su vida por la liberación y salvación de todos, y resucitó. También tu resucitarás a la vida nueva si así sigues a Cristo, cargando la cruz, la tuya o la de otros, y siguiéndole hasta el final.

8. ¿Qué puedo hacer?
Amar. Eso es todo. Amar como una madre ama a su hijo enfermo, débil o discapacitado. ¿Qué más pude hacer por ti, que no hice? (Is 5, 4), pregunta Dios a Israel por boca de Isaías. Y en el mismo profeta Dios compara su amor al pueblo que sufre con el amor de una madre: ¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvide, yo no te olvidaré (Is 49, 15). 

Y Dios, como buen Padre, nos ama tanto que entregó a su propio Hijo para que, quien crea no perezca, sino tenga vida eterna (Jn 3, 16). Y el amor del Hijo llegó hasta dar la vida en la cruz por todos. Una vez más, y como siempre, amor y cruz van estrechamente unidos. Ni la muerte los separa.
¿Qué le mueve a una madre a entregarse por entero al hijo que sufre, enfermo, necesitado y abatido? El amor. El amor es la fuerza que mueve el mundo, es capaz de cambiar de raíz las situaciones más injustas y de romper las barreras más altas y sólidas. Es capaz de cambiar un corazón de piedra por un corazón de carne. El amor, cuando es como el de Jesús, lo puede todo.

Es el arma que pone Cristo en tus manos. Y te pide, te manda, que ames como él te ha amado. Por su amor entregado, Él nos ha redimido y salvado. Por tu parte, sigue también el consejo de san Agustín: Si haces la paz, hazla por amor. Si corriges, corrige por amor. Si perdonas, perdona por amor… Procura que el amor eche raíces en tu alma (In ep. Jn 7, 8). 

Cuando el amor se une a la cruz, surge la vida, se renueva la esperanza y se hace la luz. Si es tu propia cruz, sigue con ella al Maestro y te irá bien. Si es del otro, arrima el hombro y comparte el peso del amor con él. Cristo la carga contigo, con vosotros. Aquí está la clave para que la humanidad sea, en lo que cabe, feliz. Y tú también.
Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
P. Teodoro Baztán Basterra.







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