LOS LIBROS DE LOS JUDÍOS PRUEBAN NUESTRA FE.
Si tienen esta sospecha, examinen
detenidamente los libros de los judíos, nuestros enemigos. Lean allí todas
estas cosas de que hemos hablado, anunciadas de Cristo, en quien creemos, y de
su Iglesia, que vemos desde los primeros trabajos en la propagación de la fe,
hasta la eterna bienaventuranza del reino de los cielos. Cuando leen, no les
sorprenda que los poseedores de esos libros, cegados por el odio, no entiendan
estas cosas. Pues esta falta de inteligencia ya fue anunciada por los profetas,
y debía cumplirse, como todas las demás profecías, para que los judíos, por secretos
motivos de la divina justicia, reciban el castigo merecido por sus culpas.
Aquel que crucificaron, y a quien dieron hiel y vinagre, aunque estando
pendiente del madero, por amor de los que había de sacar de las tinieblas a la
luz, dijo al Padre: Perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23,34),
sin embargo, a causa de los otros que, por secretos juicios divinos, había
de abandonar, anunció mucho antes por boca del profeta: Echaron hiel en mi
alimento, y cuando tuve sed, me dieron a beber vinagre; séales su mesa un lazo
y su prosperidad un tropiezo; apáguese la luz de sus ojos para que no vean, y
sus lomos estén siempre vacilantes (Sal 68,22-24). Con los ojos sin
luz van por todas partes, nevando consigo las pruebas luminosas de nuestra
causa, para que con ellas ésta sea probada y ellos, reprobados. Este pueblo
judío no fue exterminado, sino dispersado por todo el mundo, para que, llevando
consigo las profecías de la gracia que hemos recibido, nos sirva en todas
partes para convencer más fácilmente a los infieles. Esto mismo que voy
diciendo ha sido anunciado por el profeta: No los mates, por que no se
olviden de tu ley; dispérsales con tu fortaleza (Sal 58,12). No
fueron muertos porque no olvidaron lo que habían leído o habían oído leer en
las sagradas Escrituras. Si, aunque no entienden esos libros santos, los
hubieran olvidado completamente, habrían perecido con los ritos judaicos.
Porque si los judíos no conocieran la Ley y los Profetas, para nada nos
servirían. Por eso no fueron muertos, sino dispersados: para que sus recuerdos
nos sean útiles, aunque ellos no tengan la fe que salva. En sus corazones son
nuestros adversarios, y en sus Escrituras nuestros servidores y testigos.
F. invis, VI, 9
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